En la nueva novela gráfica de Borja González (Badajoz, 1981) vive gente. De verdad. Hay gente ahí dentro que camina por sus páginas, que come, duerme, sueña y renuncia en sus páginas; que tiene miedo de ser olvidada; que llora y se emborracha con furia; que defiende primero su soledad y después se rebela contra ella; que come helados y se disfraza y se baña mientras el inexorable paso del tiempo pinta de azules los horizontes y los muros de la ciudad, maldita de olvido.
Grito Nocturno (Reservoir Books, 2022) es un prodigio de la narrativa gráfica porque permite al lector, en esa «media hora» que el autor quiere que sea el tiempo de lectura, conocer, comprender y querer a sus personajes, en ese orden, y después dejarlos ir pero no del todo. Y antes, antes de dejarlos partir, haberlos acompañado a través de una historia de fantasmas (por supuesto, es Borja González), en la que tres chicas, una de ellas un demonio recién invocado, arrastran sus relaciones de amistad no correspondida, como un triángulo amoroso que no encajara o un tangram mordido por un perro, en un viaje circular por el tiempo que comienza y termina con una referencia explícita a su anterior obra, The Black Holes (Reservoir Books, 2018).

Pero Borja no ha ido en círculos durante estos años. Grito Nocturno supone una formidable evolución en la capacidad para retratar el mundo interior de sus personajes mediante la elección de posturas, aparentemente fortuitas, no meditadas, tras la que subyace una sensibilidad en constante crecimiento. Diríase del ilustrador que pasa horas sentado frente a sus plumillas y papeles que no habría de tener tiempo para mirar a sus semejantes y verlos en su humanidad, en sus descuidos, en sus vulnerabilidades… Pero Borja González ha educado el ojo del artista que ve lo esencial y lo ama, independientemente de su vulgaridad o su vacuidad, como requisito indispensable para desenmascarar la belleza inherente a todo lo que de verdad es.

Sube también un escalón más en la fluidez y brillantez de los diálogos; en los movimientos de cámara que guían el ojo del lector entre viñeta y viñeta; en la vida que bulle en los márgenes de la hoja, que, aunque fuera de cuadro, se percibe nítidamente a través de ese personaje crucial que es la ciudad.
La ciudad azul habla a través de su radio; de los carteles de las desaparecidas que jalonan sus muros; de sus cines y heladerías y uno tiene la sensación de que, la única razón por la que las viñetas no se llenan de otros personajes, es porque nuestras chicas salen a horas intempestivas en las que la ciudad está desierta.
González está levantando una obra personal y única, libro a libro, y Grito Nocturno es y será, sin duda, una pieza clave en su construcción.



